Desde que era muy niño, una de las cosas que siempre me llamó la atención fueron las guitarras; y digo "las guitarras" y no "la guitarra" ya que me llamaba la atención cada una de ellas y en todas sus expresiones. Me fascinaba el sonido, ya se tratara de una pieza de guitarra clásica, un rasposo sonido de guitarra folclórica o un estridente solo de rock.
Pero no era solo el sonido de ese hermoso instrumento, también su apariencia, sus formas sinuosas y suaves, la veta de la madera de una guitarra española o la exquisita ingeniería artística de la guitarra eléctrica.
Aún recuerdo el olor a madera barnizada de la primera guitarra que mi padre me regaló; una guitarra Mesko modelo 02, de caja pequeñita ideal para mis 8 años y muy parecida a la de la foto. Fue un momento impactante, por fin tenía mi propia guitarra de verdad y ya no seguiría usando las guitarras de cartón piedra que mi siempre solícito padre me dibujaba y recortaba.
Sin embargo la alegría duró poco, ya que ésta tenía una significativa desventaja en relación a las guitarras de cartón piedra. Con una guitarra de cartón simplemente por el hecho de tomarla me transformaba en un rockstar, y con mi banda favorita acompañandome desde la radio cassette interpretaba en mi mente los mejores solos de la historia del rock. Con la guitarra de verdad en cambio era un poco mas difícil, a saber: primer dedo, cuarta cuerda, segundo espacio; segundo dedo, tercera cuerda, segundo espacio; tercer dedo, segunda cuerda, segundo espacio y con eso lograba después de mucho esfuerzo hacer un "La". De ahí a pasar a un "Mi" ya era un esfuerzo titánico.
Mi padre me inscribió en un curso de guitarra, me pagó clases particulares con mas de un profesor de música y hasta con un borrachito que cantaba sus penas con una guitarra con cuerdas de colores, pero nada. La guitarra, lustrosa y olorosita dentro de una bolsa plástica vio pasar los años en el interior de un ropero, entre abrigos y ropa de cama.
Pasaron cerca de cinco años de brutal abandono, hasta que dos acontecimientos volvieron a despertar mi interés en el instrumento. -Me corrijo- Pasaron cinco años para retomar mi interés en TOCAR la guitarra, ya que el gusto por la música en general y por la guitarra en particular nunca cesó.
El primer acontecimiento fue conocer a un personaje que hasta el día de hoy ha sido un referente en mi vida, Mi amigo Anselmo, un cabro chico igual que yo, pero con una solidez intelectual, valórica y moral poco común a esa edad. Con él conocí el "Canto Nuevo", y la guitarra cobró un sentido que iba mas allá de la pura belleza estética o musical. La guitarra se transformaba entonces en la voz de los que no tenían voz, y contaba las historias que no se veían en la tele. Creo que está de más decir que Anselmo tocaba la guitarra, y a pesar de que entre las múltiples virtudes de mi amigo no estaban la paciencia ni las dotes pedagógicas, fue con el con quien aprendi las primeras canciones.
El otro acontecimiento fue que mi hermano chico, Nelson, mas conocido como "El Flaco", empezó a profanar la santidad de mi instrumento, pero lo realmente indignante no era el hecho de que sus zarrapastrozas manos usaran mi preciada joya, sino el hecho de que este engendro se aprendió do o tres notas y ya cantaba canciones que hacían reír a todo el mundo. En poco tiempo ya tocaba mejor que yo, condición que se mantiene hasta el día de hoy.
A partir del año 88 ya podría decir que aprendí a tocar la guitarra, y de esto hace ya más de veinticinco años.
Me gustaría poder terminar esta historia contando como me convertí en un gran guitarrista, pero la verdad es que nunca pasé mas allá de un simple usuario, sin embargo, a pesar de esto la guitarra se convirtió en una compañera inseparable, y estuvo conmigo en los mejores y peores momentos de mi vida.
Hoy, después de muchas cosas que han pasado en estos años estoy embarcado en un nuevo proceso de aprendizaje, pero eso, es otra historia.